Conversación conmigo misma mientras me quemo la lengua con el primer sorbo del café que, como es de suponer, ya no me sabe a na'.


 ¿En qué momento un libro nuevo se convierte en uno usado? Alguno de ustedes podría decir que al arrancarle el plástico que lo envuelve y, tal vez, no estaría del todo equivocado si todos los libros vinieran, en efecto, plastificados, cosa que no es cierta; a lo que habría que añadir aquel contratiempo logístico que contempla la posibilidad de que la librería elegida, previa compra, dé la bendición a sus potenciales clientes para que arranquen, rasguen y desgarren aquella barrera transparente e incómoda (todos los adjetivos que guste insertar aquí posiblemente estén en lo correcto, así que haga el favor de ponerse creativo) y logren acceder a la página 103 de El conde de Montecristo, página que tal vez los convenza más de elegirlo para que los acompañe a casa que las genéricas y comúnmente generosas palabras de la contraportada o que esa primera página que, quizá, no era la invitación adecuada pa' uno.

¿Cuenta como libro usado o de segunda mano aquel libro que nunca fue abierto y que permaneció, antes de llegar a las segundas manos, empolvado en la repisa de algún librero sirviendo como rascador para el gato? Su travesía de repisa en repisa ciertamente lo convierte en un libro Américo Vespucio (o en uno pirata, shhh, callen, mejor dejemos que nuestra hipótesis lo ennoblezca), pero ¿podríamos decir de él que es un libro usado? Usado en calidad de objeto cuya primordial función y prioridad es la de ser leído, claro está, porque ya los veo adelantándose y señalándome, desde la sana distancia telepática que nos une o desune, que seguro el gato nos diría otra cosa, el cenicero que decidió mudarse de okupa a su superficie, otra; el ticket semiborrado, entre las páginas 7 y 8, que alguna vez debió servir para cambiar un suéter tres tallas más chico otra más y la cucaracha, o su espíritu, que tuvo la desgracia de enfrentarse a su finísima portada de pasta dura, otra distinta. O peor todavía, tal vez usted es de esos seres insoportables que piensan que ni los animales ni los objetos hablan y se pregunta sobre qué estoy hablando. Si es de los segundos yo no tengo la culpa de que usted vaya por la vida haciéndose el ciego, el sordo y el mudo ante las cosas y le doy mi más sentido pésame.

Sí cuenta como usado si ayudó a equilibrar la horizontalidad de una mesa, pensarán algunos con cierta razón que desde luego no estoy dispuesta a otorgarles; cosa que la razón no necesita, digo, eso del otorgamiento ajeno, pero como todos andamos mendigando la aceptación del otro, aunque ese otro no tenga ni medio dedo de frente (as in el dicho de los dos dedos de frente y no as in me molesta el escaso número de centímetros de tu frente) puuuuuueeeees...

Lo de libro de segunda mano es, cuando menos, engañoso. La segunda mano siempre suele ser la propia, es decir, un libro se balancea entre una mano y otra, según la manqués (de manco, ejem) personal, sobre todo si estamos hablando de artillería pesada superior a cierto número de páginas. Además, si el libro es bueno y los apegos del lector más mansos que feroces es bastante probable que cuando el libro se vuelva de "segunda mano", en realidad ya estemos hablando de una "novena mano" o algo así.

'Ora bien, cuando yo (porque esto claro que se trata de mí, questabanpensandomadremía), planeo regalar un libro éste es seleccionado con amor y según cierta supuesta intuición (probablemente equivocada) o conocimiento (comúnmente pretendido) del suso (ya sea dicho o dicha). Si ese libro todavía no lo he leído considero que el libro debe ser hojeado por simple y llano respeto a las letras escritas; tal vez el hojeado sea un hojeado más o menos intenso, quizá sea de esos que comprenden de la primera hasta la última página. Aquí usted, persona con la suficiente paciencia o el suficiente grado de masoquismo como para llegar hasta este punto, podría exclamar ¡ajá¡ ¡esta mujer regala libros usados! ¡libros de segunda mano! La descarada-rata-de-dos-patas-animal-rastrero los compra, los lee, los regala y, bueno, si nos atenemos a los hechos-hechos que siempre son más aburridos que los hechos-no-tan-hechos pues un poco sí, pero 'amos a ver, pura fue la intención, la búsqueda, la compra, la previa lectura y hasta el goce, usted, no podrá negarlo, en caso de recibir un libro de mi parte, llegaría a territorio virgen sin saber que Vespucio ya había chapoteado en la que ahora es su playa; además, si nos atenemos a los hechos-hechos  (sí, sí, más aburridos pero importantes) mis susodichos amados, a fin de cuentas, no sólo están recibiendo un libro (ya nos quedó clara la irrelevancia de lo usado, ¿no?) sino un libro y un interlocutor. De nada.


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